lunes, 4 de mayo de 2015

Algunos lo llaman amor.

Y, de repente, un día te levantas con el pie izquierdo, apenas sabes lo que dices, porque todo está mal dentro de ti.
Intentas no hablar con nadie, porque sabes que acabarás haciéndole daño.
Y  él te habla, y tu le respondes gritando palabras que se te clavan en el alma. Y a él también.
Necesitabas soltarlo, sí, pero no con él.
Entonces te odias e intentas arreglarlo, pero ya no tiene arreglo. Él ya se ha ido y tú le gritas desde lejos que lo sientes, que no querías pagarlo con él, pero no se da la vuelta, no vuelve, y el mundo se te cae encima. Ya no tienes al que te hacía vivir los momentos felices, ya no tienes al que te hacía seguir cada día y te impulsaba para ir al instituto.
Entonces lloras, durante muchos días con sus noches, muchos meses con sus semanas.
Y ahí te das cuenta de que no sólo era el chico de clase que te alegraba los días.
«Algunos lo llaman amor, pero yo le he puesto otro nombre... el tuyo.»

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