Esta es la historia de la chica en la que nadie se fija, la chica de pelo medio azul que lee y no necesita salir para ser feliz.
Un día, esa chica se despertó y fue a tomarse un café, como todas sus rutinarias mañanas, pero ese día, notó algo inusual, aunque no sabia realmente qué era.
Salió de casa y, andando mientras escuchaba música, se fue fijando en todo lo que le rodeaba: las casas llenas de felicidad, adolescentes felices de un lado para otro... Y ahí notó la diferencia. Ese día todo era feliz, todo menos ella, que estaba mucho peor que otros días.
Su día lo pasó como otro cualquiera, solitaria y sin destacar. Hasta que llegó a casa.
Su mirada se iluminó al verlo, ¿cómo había llegado hasta allí saliendo a la misma vez que ella y andando? Le dedicó una sonrisa, no demasiado bonita, debido a los aparatos y se sinceró:
- Mira, yo no sé qué haces aquí -comenzó- pero te aconsejo que te alejes de mi, al menos, si no quieres perder a todo el mundo. Sé que sabes lo que siento y tengo que decirte que lo hago con la misma fuerza con la que me odio a mi misma. Debes saberlo. No sé que haces, pero no vas a conseguir nada bueno de mi.
- ¿No lo entiendes? Todo en ti es bueno, la forma en la que te entusiasmas cuando pasa lo que quieres en un libro o cómo te desilusionas si no es así. Tu sonrisa, aun con el aparato es preciosa. Estoy enamorado de ti, y puedes intentar alejarme, pero no va a cambiar nada.
Se quedó en silencio. ¿Enamorado? ¿De ella? No, no podia ser, debía ser una estupida broma. Él era demasiado.
Volvió en sí misma, mirandose al espejo de su habitación, con él esperando una respuesta. Entonces fue cuando se dió cuenta de que no podía ser real, rompió el espejo, cojió un cristal y acabó con todo a base de cortes en su cuerpo.
Ahí despertó, y se dio cuenta de que había sido el final más feliz de todos sus sueños.